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El Sueño de Una Niñita Solitaria

Type: RPF
Summary: El sueño de una niñita solitaria se hace realidad.
Notes: Quiero dedicar estar historia a todos los niños que, como la pequeña Sandra, eran los solitarios y los bichos raros de su clase.  He escrito esta historia como homenaje a ellos.  A través de la pequeña Sandra, quiero recompensar a todos esos niños maltratados, dándoles el final feliz que suele faltarles en el mundo real.
Warnings: Aunque David Soul y Paul Michael Glaser aparecen en esta historia, no son David y Paul, los actores, las personas de carne y hueso, sino mis imaginarios David y Paul.  No pretendo ofender ni herir los sentimientos de nadie con esta historia al incluir personas reales.  Necesitaba escribir esto por muchas razones.  Espero que al leerlo lo entendáis. 
 
 

"Bueno, niños, pues ése va a ser nuestro proyecto para la siguiente evaluación. Ver si es posible hacer realidad nuestros sueños," dijo la señorita Tita a sus alumnos, un grupo de niños de seis años.

Un suave murmullo recorrió la clase, mientras los niños hablaban excitadamente, comentando las celebridades a las que pensaban escribir.

"¡Yo voy a escribir a Miguel Bosé!" dijo una niña de pelo castaño, con una graciosa coleta en lo alto de la cabeza. "¡Es tan guapo! No hago más que mirar el poster en la habitación de mi hermana."

"You voy a escribir a Santillana. Es el mejor futbolista del mundo," contestó su compañero de pupitre, mientras sacaba una hoja de papel en blanco de su carpeta. El chaval cogió su lápiz acto seguido e intentó pensar en las palabras adecuadas.

Poco a poco se hizo el silencio en la clase, a medida que los niños se ponían manos a la obra con una tarea muy personal: escribir una carta a sus héroes particulares.

Sentada a una de esas mesas, una pequeña de pelo corto y ojos oscuros sacó una hoja de papel de su carpeta en el más absoluto silencio. Ninguno de sus compañeros se había molestado en preguntarle cuál era su sueño ni a quién pensaba escribir. A ninguno le importaba.

Sandra era la típica niña solitaria, la proscrita, el bicho raro de la clase; aunque no sabía porqué. Ella se consideraba una niña de lo más normal... hasta que empezó a ir al colegio. Enseguida empezó a tener problemas para relacionarse con sus compañeros. No entendía el motivo, pues se llevaba muy bien con sus primos cuando se veían en verano. Como era hija única, el colegio era el lugar perfecto para interactuar con otros niños de su edad, y había estado muy emocionada al principio, a pesar de lo traumático que había sido para ella separarse de la protección y seguridad de sus padres. Pero viendo que no había vuelta de hoja, decidió sacarle el máximo partido a su situación, haciendo montones de amigos, jugando con ellos y compartiendo todas sus cosas.

Muy pronto, sus compañeros de clase empezaron a tratarle mal. Se burlaban de ella sin piedad. Desde su aspecto (¿?) a su mismo nombre. (¿María Sandra era un nombre raro, pero María Sonia no?) Todo lo que hacía estaba mal, no sabía nada de nada. No tenía nada interesante que decir ni compartir con ellos. Era torpe. Era rara.

A medida que pasaba el tiempo, las cosas empeoraron. Le quitaban la goma de borrar o el lápiz, y no se los devolvían. Se reían de ella por ser tan confiada. La trataban como si fuera basura y se burlaban cuando la expresión de su rostro mostraba el daño que le estaban haciendo.

Sandra sólo quería encajar y tener amigos, pero desde bien pronto se le dejó muy claro que nunca encajaría ni tendría amigos.

Aprendió a estar sola la mayor parte del tiempo, a guardarse sus sentimientos para sí misma y no confiarle a nadie ni sus sueños ni sus secretos. Era buena estudiante, aunque las Matemáticas se lo hacían pasar bastante mal. Tenía buenas notas... y un corazón roto.

Preescolar fue una pesadilla para ella, y el curso siguiente, primero de EGB, estaba siendo la segunda parte de esa pesadilla. Seguía siendo rara a los ojos de sus compañeros, que seguían dándole de lado y burlándose de ella.

Ya era primavera, y sólo faltaban tres meses para las vacaciones de verano. Tres meses para que esta segunda pesadilla de nueve terminara.

Sandra cogió su lápiz, sabiendo ya a quiénes quería escribir. Ellos habían sido su único consuelo durante los peores momentos. Sólo con pensar en ellos se sentía reconfortada. Pensaba en ellos varias veces al día, al estar sola con sus pensamientos la mayor parte del tiempo.

Apretando los labios en un gesto de concentración, la pequeña empezó a escribir. Pero de repente, cayó en la cuenta de que no podía escribir la carta en español. Tenía que escribirla en inglés. La pobrecilla se vino abajo. Sólo tenía seis años y hacía un año nada más que había empezado a estudiarlo. ¿Cómo iba a...? ¡Un diccionario! ¡Necesitaba un diccionario! Le pediría a sus padres que le compraran uno para escribir una carta a sus héroes. A las únicas dos personas en el mundo que le acompañaban en su soledad.

Justo entonces sonó el timbre.

"Muy bien, niños," dijo la señorita Tita, dando un par de palmadas para llamar la atención. "Quiero que tengáis las cartas listas este viernes. Entonces las echaremos al correo. Vuestros héroes tendrán unas seis semanas para contestar. Tenemos que fijar una fecha tope." Se incorporó y consultó el enorme calendario que estaba colgado junto a la pizarra. "¿Qué os parece... uhmmm... el día 15 de mayo? Es viernes, así que creo que será perfecto. Aquellos de vosotros que recibáis respuesta tendréis ocasión de leer vuestras cartas en voz alta delante de toda la clase, si queréis."

Un emocionado parloteo recorrió la clase, mientras los niños recogían todo en sus mochilas, las cerraban, cogían sus abrigos y se marchaban. Las clases habían terminado por hoy.

La pequeña Sandra pidió a sus padres un diccionario de inglés para poder hacer los deberes, y se lo compraron al día siguiente. Una vez a solas en su habitación, la niña pronto se dió cuenta de que su nivel de inglés era muy rudimentario y de que tendría que escribir una carta muy sencilla. Muchas de las cosas que quería decir tendría que omitirlas. Suspiró mientras los ojitos se le llenaban de lágrimas. ¿Cómo podría explicar todas las cosas que...? ¿Entenderían lo importante que era esto para ella? ¿Les importaría algo una niña pequeña, perdida en un país a miles de kilómetros de distancia, tan lejos de su mundo?

Enjugándose las lágrimas y buscando en el diccionario prácticamente cada palabra que escribía con su torpe letra, Sandra vació su solitario corazón en aquella carta.

 

Queridos David y Paul,

 

Me llamo Sandra de la Cruz y vivo en Madrid, España. Tengo seis años y mi maestra nos ha dicho a mí y a mis compañeros de clase que escribamos una carta a nuestros héroes. Y vosotros sois mis héroes.

Me siento muy sola, mis compañeros de clase no me quieren y siempre que estoy triste pienso en vosotros. Quiero tener un amigo como Starsky y Hutch son amigos el uno por el otro. Entonces no estaría sola, porque tendría un amigo que me defendería.

Me haría muy feliz que respondiérais a mi carta. Por favor, perdonad mi mal inglés. Espero que lo entendáis.

Gracias. Os quiero mucho.

 

Sinceramente,

Sandra de la Cruz.

 

Sandra tardó dos días en escribir la carta, pero al final lo consiguió. Pidió a sus padres que le compraran un sobre y un sello para los Estados Unidos. Sus padres se miraron con una sonrisa divertida y después de despeinar el corto cabello de su hija, su padre bajó a comprar lo que había pedido.

Esa tarde Sandra escribió su dirección en el envés del sobre.

Sandra de la Cruz

C/General Ricardos, N. 196, dpdo, 1. A

Madrid – 25 (ESPAÑA)

 

Fue entonces cuando se dió cuenta de que no sabía adónde enviar la carta. ¡No tenía la dirección de Paul y David! ¿Dónde iba a localizarlos? Su corazón se llenó de angustia y desesperación. Ese ‘pequeño detalle’ iba a destrozar su sueño y rompió a llorar de pura impotencia. Ya sabía que las posibilidades de que le respondieran eran prácticamente cero, pero esto convertía ese ‘prácticamente’ en ‘ciertamente.’

Durante la cena, la madre de Sandra le preguntó porqué tenía los ojos enrojecidos y bajando la mirada, la niña respondió, ‘no es nada.’

Sus padres se miraron. Sabían lo desgraciada que era su hija en el colegio, y aunque hacían todo lo posible porque se sintiera querida las pocas horas que pasaban juntos entre semana, sabían demasiado bien que no podían ayudarla cuando las cosas se ponían difíciles en la escuela. En esos momentos estaba completamente sola.

La capacidad de los niños para ser despiadados y crueles con aquellos más débiles y confiados que ellos nunca dejaría de sorprenderles.

Cuando llegó la hora de acostarse, su madre le besó en la frente y le dijo que no perdiera la esperanza, porque un día recibiría la recompensa por ser una niña tan dulce y tan buena. Acto seguido, le hizo cosquillas durante un rato, como era tradición.

Pero cuando su madre se marchó, los ojos de Sandra reflejaron esa mirada de infinita tristeza que hacía ya más de un año que era parte de ella. Dándose media vuelta, aferró la almohada, mordiéndose los labios e intentando con todas sus fuerzas no dormirse llorando una vez más.

Algo dentro de ella estalló entonces. ¡NO! ¡No podía rendirse! ¡Tenía que intentarlo, aún sabiendo que no habría respuesta!

Levantándose de la cama, encendió la lámpara de su mesilla de noche. A toda prisa, abrió su mochila y sacó la carta. La contempló durante unos momentos, pensando con todas sus fuerzas. Al final, cogió un lápiz y escribió en el sobre:

David Soul and Paul Michael Glaser

Starsky and Hutch

Hollywood – California

USA

 

Al terminar, Sandra soltó el aire que no sabía que había estado conteniendo. Miró el sobre durante un rato y asintió. Era lo máximo que podía hacer. Lamió el sello y lo pegó. Luego, reverentemente, metió la carta de nuevo en su mochila y volvió a la cama. En el atronador silencio de su dormitorio, se dió cuenta de que había estado rezando todo el tiempo. Cerrando los ojos y apretándolos muy fuerte, la pequeña se durmió, canturreando todavía aquellas palabras como una letanía.

"Por favor, por favor, por favor, por favor..." oró, mientras una lágrima resbalaba por su mejilla.

 

A la mañana siguiente, junto con sus compañeros de clase, siguió a su profesora hasta el buzón que estaba junto al colegio, y echó la carta con un último y esperanzado ‘por favor.’

 

Pasaron las semanas y no ocurrió nada. Pero un buen día, Raúl, un chaval alto y desgarbado que se sentaba en la mesa de al lado, llegó de casa saltando y gritando de alegría. ¡Santillana, el futbolista, había contestado a su carta! Le había enviado una fotografía dedicada en la que ponía: "Con mis mejores deseos, Raúl. Santillana."

Sandra se sintió muy feliz por Raúl. Él era uno de los pocos que no pasaba de ella. Al menos, no demasiado. Sandra también era seguidora del Real Madrid, así que ese también fue un momento muy emocionante para ella, de alguna extraña manera.

Raúl fue el primero. Poco a poco, algunas cartas fueron respondidas. Futbolistas, jugadores de baloncesto, un par de cantantes e incluso un joven actor, contestaron a las cartas de los niños. Sandra se sintió feliz por todos sus compañeros, a pesar de la forma en que algunos la trataban.

De sus 32 compañeros de clase, casi una docena recibieron respuesta a lo largo del mes.

Una mañana, cuando sólo faltaban diez días para el fin del plazo, sus compañeras de mesa empezaron a hablar de los famosos a los que habían escrito. De pronto, Sonia se volvió hacia Sandra y le preguntó a quién había escrito.

Parpadeando de asombro de que alguien le preguntase, Sandra respondió que había escrito a Starsky y a Hutch.

"¿Les has escrito?" Se asombró Sonia. "¡Qué curioso! He preguntado a todo el mundo y a nadie se le ha ocurrido escribir a alguien del extranjero. Yo tampoco lo pensé. Habría escrito a Mark Hamill. ¡Es tan mono!" Miró a Sandra, obviamente irritada por no haber pensado en ello y que su tonta compañera de pupitre sí lo hubiera hecho. "¿Les has escrito a su estudio en Los Angeles?"

Bajando la mirada llena de vergüenza, Sandra explicó que como no tenía su dirección, simplemente había mandado la carta a Hollywood, California.

Sus compañeras de mesa se miraron unas a otras y estallaron en carcajadas.

"¿Les has escrito sin saber la dirección?" rió Sonia. "¿Ni siquiera el código postal?"

Sandra negó con la cabeza.

"Madre mía, esto es demasiado. Sería la primera vez que hicieras algo bien. No se puede ser más idiota," miró a Sandra con una expresión burlona. "¿Y aún esperas que te contesten?"

"Y-yo... Esp-peraba..." tartamudeó Sandra.

"Oh, cállate," Sonia sacudió la mano, ignorando completamente a su compañera de pupitre.

"Cualquier día de estos te devolverán la carta. Bueno, eso suponiendo que hayas escrito bien tu propia dirección," comentó Ana, una niña rubia que se sentaba enfrente de Sandra, uniéndose al coro de burlas. "Pero no vuelvas a utilizar el sello. Está matado, ¿eh?"

"Seguro que lo haría," rió Sonia, provocando la risa de las demás. "Muy bueno, Ana. ¿Cómo se puede ser tan estúpida?"

Más que acostumbrada a aquellos tratos, Sandra se desconectó de su alrededor y se encerró en sí misma, en aquel sitio cálido y lleno de luz dentro de su corazón donde todo era posible y donde todos sus sueños se hacían realidad. Un hombre rubio y otro de pelo oscuro y rizado llenaron ese lugar con risas y alegría, y la pequeña sonrió, pensando en la hermosa amistad entre aquellos dos hombres. Una amistad tan fuerte e intensa que lo curaba todo. Nada malo podía ocurrirles mientras se tuvieran el uno al otro.

Aquellos dos hombres tenían lo que Sandra nunca conocería.

 

Los días siguieron pasando y llegó el jueves, 14 de mayo. Sandra despertó esa mañana y fue al colegio, como de costumbre. Aún no le habían devuelto la carta, pero eso ya poco le importaba. Hacía mucho que había perdido toda esperanza. Ahora sólo rezaba para que llegara el fin de semana lo antes posible, porque eso significaría que esa humillante semana habría acabado.

Por suerte, el día pasó sin mayores contratiempos, pero al volver a casa por la tarde, notó que sus padres la miraban de una manera peculiar. La miraban y sonreían significativamente, como si supieran algo que ella no sabía. Sandra odiaba cuando la gente le hacía eso. Ya soportaba suficientes miradas así en el colegio.

Esa noche, su madre la metió en la cama después de darle un beso de buenas noches; pero en esta ocasión, le dijo que algunas veces los sueños se hacían realidad y que los milagros ocurrían de vez en cuando. Le deseó felices sueños y le dijo que jamás olvidaría el fin de semana que se acercaba.

Sandra pensó que sus padres le tenían reservada alguna sorpresa, y suplicó a su madre que se la contara. Ella sacudió la cabeza y le dijo que fuera paciente. Ese fin de semana sería uno de los más felices de su vida.

Con una promesa tan bonita en el horizonte, Sandra cerró los ojos y se durmió, rezando para que el viernes pasara lo más rápidamente posible.

El día 15 de mayo amaneció soleado y despejado. Sandra saltó de la cama, se lavó y se puso su uniforme. Tomó el desayuno rápido de siempre y sus padres la llevaron hasta el autocar que le conduciría al colegio.

Las clases de la mañana fueron tan aburridas e interminables como las de todos los viernes, y cuando terminaron, Sandra cogió su abriguito ligero de primavera y se unió a algunos de sus compañeros a las puertas del colegio, esperando al autocar que les llevaría a comer a casa. Como la casa de Sandra estaba demasiado lejos del colegio, comía en casa de sus abuelos, que estaba más cerca.

Pronto se dió cuenta de que había algo raro en la forma en que su abuela la miraba. No decía ni hacía nada en concreto, pero había algo en el modo en que la miraba, algo en su forma de comportarse que no era normal.

Pasándolo por alto resignadamente y rezando más que nunca para que aquel extraño día terminara ya, Sandra regresó al colegio para las clases de la tarde. La primera pasó como una exhalación, porque todos estaban esperando a que llegara la segunda, en la que los 14 chavales que habían recibido respuesta a sus cartas, tendrían ocasión de leerlas en voz alta y compartir su felicidad con el resto de sus compañeros.

A eso de las 4:30 PM, la señorita Tita se levantó de su mesa y caminó hasta el centro de la clase con una amplia sonrisa. Lanzó una mirada furtiva en dirección a Sandra, pero luego abarcó a la clase entera con sus ojos.

"¡Bueno, niños!" exclamó. "Creo que algunos de vosotros habéis recibido carta últimamente."

Un risita de excitación recorrió el aula.

"Este es el momento de que subáis aquí y compartáis esas cartas con los compañeros que no han tenido tanta suerte."

Durante los siguientes 30 minutos, niño tras niño, temblando de alegría y emoción, leyó en voz alta la carta que había recibido de su ídolo. La mayoría de ellas eran breves, pero algunas eran realmente cariñosas, demostrando que aquellas celebridades eran conscientes de estar escribiendo a niños muy pequeños.

Sandra sonreía al escuchar el temblor en la voz de Raúl mientras leía la carta que le había enviado Santillana, y dió un respingo cuando Sonia le dió un codazo.

"Me parece que ya oigo la sirena del Torino," bromeó, provocando la risa de sus compañeras de mesa.

Sintiendo como si acabaran de darle una patada en el estómago, los ojos de Sandra se llenaron de lágrimas y la niña se abrazó a sí misma, en un inútil intento de consolarse de la brutal crueldad de sus compañeras. Sabía que mostrar debilidad sólo empeoraría las cosas, porque les estaba haciendo saber que aún tenían poder para hacerle daño; pero no podía evitarlo. Estas últimas semanas habían sido, sencillamente, las peores de su vida, y la pequeña estaba a punto de derrumbarse. Se mordió los labios y se dijo a sí misma que tenía que aguantar, que la clase terminaría pronto y enseguida estaría lejos de aquel horrible lugar. Correría a los brazos de sus padres y lloraría en ellos hasta hartarse.

Justamente entonces, se desató una tremenda algarabía en la clase de al lado. Gritos y chillidos se filtraron a través de la pared, haciendo que Raúl dejara de leer y que todo el mundo mirase a la puerta cerrada que les separaba del otro aula.

El escándalo tardó un buen rato en calmarse, pero cuando lo hizo, más o menos, la señorita Tita, que se había puesto en pie con una gran sonrisa en la cara, animó a Raúl a que terminase de leer su carta. Cuando el niño finalizó, le acompañó hasta su asiento, seguido por el cariñoso aplauso de sus compañeros.

Lanzando otra rápida mirada a Sandra, sin dejar de sonreir, la maestra se dirigió a su clase.

"Niños, si me perdonáis un momento, tengo que preparar una cosa en la clase de al lado. Esperadme aquí y portáos bien. A alguien de vosotros le espera una enorme sorpresa. Alguien que ha sido lo bastante valiente como para lanzarse a por su sueño, aún sabiendo que era prácticamente imposible que se hiciera realidad. No sabéis cuánto me alegro de que por una vez, haya ocurrido."

Y con esas enigmáticas palabras, abrió la puerta que comunicaba ambas aulas y la cerró tras de sí, antes de que nadie pudiera ver lo que estaba sucediendo al otro lado.

Los niños se miraron entre ellos y empezaron a hablar nerviosamente, preguntándose qué podía estar pasando a tan sólo unos metros de distancia.

Sandra se había encerrado en sí misma completamente, rezando para que todo acabara pronto. Ni siquiera se atrevía a levantar la mirada y enfrentarse a las expresiones burlonas en las caras de sus compañeras. Cogió su lápiz y empezó a garrapatear distraídamente en un papel, perdida de nuevo en su mundo interior de paz y consuelo. Curiosamente, esta vez no funcionó. Había un gran vacío dentro de ella que de repente se negaba a llenarse. Su visión se hizo borrosa. Parpadeó un par de veces y dos lágrimas cayeron sobre la hoja en la que estaba escribiendo. Sorbió aire por la nariz y se secó las lágrimas, llena de rabia.

Nada cambiaría nunca para ella. Nunca le ocurriría nada especial. Era vulgar, aburrida y tonta. Qué triste era descubrir, a la tierna edad de seis años, que esto era lo único que podía esperar de la gente mientras viviera.

Quería desaparecer, aunque ya era invisible ante los ojos de sus compañeros la mayor parte del tiempo. Las únicas veces que le prestaban atención era para burlarse de ella y tratarla mal. ¿Qué podía esperar del resto del mundo?

Estaba tan hundida en su desgracia que no se dió cuenta de que la puerta se había abierto de nuevo y de que la señorita Tita había entrado, seguida de alguien.

La clase entera estalló en gritos y chillidos que sacaron a Sandra de su triste ensueño.

La pequeña levantó la vista, a tiempo de ver a dos hombres entrando en la clase; uno rubio, alto y esbelto, seguido de cerca por otro algo más bajo, de pelo oscuro y rizado.

El corazón de Sandra los reconoció un segundo antes de que lo hiciera su cerebro. Saltó en su asiento y se tapó la boca con las dos manos, petrificada ante la visión que estaba contemplando. Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas, pero esta vez eran lágrimas de alegría. Había escuchado muchas veces la expresión "llorar de felicidad," pero hoy, por primera vez en su vida, comprendió lo que significaba. Lo comprendió hasta el último rincón de su alma temblorosa.

Los dos hombres se detuvieron al llegar a la cabecera de la clase y se giraron, volviéndose hacia los extáticos chavales que inexplicablemente, parecían pegados a sus sillas. A ninguno se le ocurrió levantarse y correr hacia ellos. Ambos sonreían cariñosamente, muy satisfechos de haber traído tanta felicidad a aquellos niños.

La señorita Tita estaba junto al hombre alto y rubio, agitando sus manos, intentando calmar el enloquecido pandemónium.

"¡Niños, niños! Tranquilos. ¡Tranquilos!"

Sandra ni aplaudía ni brincaba en su asiento. Estaba paralizada en su silla, todavía tapándose la boca con las manos, incapaz de creerse lo que estaba viendo, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Una cosa era ver a aquellos dos hombres en la televisión, y otra totalmente distinta verlos en su clase, tan grandes y altos, sonriendo cálidamente y hasta riendo un poco al ver el espontáneo estallido de alegría de todos aquellos niños.

De repente, todo le parecía irreal. Era como si hubiera entrado en otra dimensión. Se sentía desconectada de aquel lugar, distanciada; como si lo estuviera presenciando todo desde un sitio muy lejano. Todo su cuerpo temblaba violentamente y su respiración era agitada y errática.

De algún modo, se hizo algo parecido al silencio, y la señorita Tita carraspeó.

"Bueno, niños. Uno de vosotros tenía el deseo de conocer a sus héroes, Starsky y Hutch. Siguió a su corazón e intentó hacer realidad ese sueño, sabiendo que era casi imposible que se realizara. Pero algunas veces, ocurren milagros. Esta es la prueba viviente de ello," dijo, sonriendo a los dos hombres que estaban a su lado. "No sabéis lo feliz que me siento de que ella, ella precisamente, consiguiera hacer realidad su sueño. Se lo merece, y este es su día." Miró a los dos hombres y asintió, dando a entender que ahora era su turno.

El rubio miró a su compañero de cabello rizado, que hizo un gesto con la mano, indicándole que adelante. Aclarándose la garganta, el joven habló con una voz grave y cálida. Y en español.

"Paul y yo estamos hoy aquí porque uno de vosotros nos mandó una carta hace unas pocas semanas. Estamos aquí porque queríamos conocerla y decirle en persona lo felices que somos de poder hacer realidad su sueño." Sus ojos azules buscaron por toda la clase hasta posarse sobre Sandra. Su sonrisa se hizo aún mayor y tendió una mano. "Sandra, ¿quieres acercarte, por favor?" pidió.

El corazón de Sandra pareció salírsele del pecho. Tragó saliva convulsivamente y, sin saber cómo, se encontró de pie y caminando hacia ellos. Estaba segura de que tropezaría y se caería de morros, provocando la risa de sus compañeros, como ya había ocurrido en el pasado. Pero los ojos amables de aquellos dos hombres parecían sostenerla, manteniéndola segura y a salvo, hasta que se se encontró frente a ellos, mirando a aquellos dos gigantes, temblando y con las manos hundidas en los bolsillos de su babi.

Los dos se acuclillaron inmediatamente hasta ponerse a su nivel. Ambos iban en vaqueros y camisas. La de David era azul marino y la de Paul era a cuadros, con las mangas arremangadas.

"Hola, Sandra," dijo David, sonriendo dulcemente. "Yo soy David." Señaló a su compañero con el dedo pulgar. "Y él es mi amigo Paul."

De alguna manera, Sandra encontró la voz.

"Hola, David," susurró, con un hilo de voz. Luego, miró al hombre de pelo oscuro, sofocándose hasta las orejas. "Hola, Paul," su voz se entrecortó por la emoción.

"Recibimos tu carta. Aún no sabemos cómo, pero llegó," prosiguió David, en un español bastante fluído y con un agradable acento inglés. "Y decidimos venir aquí y conocerte personalmente. Queríamos darte las gracias por escribir y decirte que ya no tienes que estar sola, porque Paul y yo siempre seremos tus amigos."

Sandra parpadeaba sin parar, como si no pudiera creerse lo que estaba viendo. ¡No podía ser real! ¡Esto no podía estar pasando! ¡A ella no! Tenía que ser uno de sus sueños, sólo que ya no sabía distinguir lo que era real de lo que no lo era.

"Sí, somos reales," le aseguró David, como si le hubiera leído el pensamiento. Tendió la mano de nuevo. "Es un placer conocerte."

El brazo de Sandra se levantó por sí solo y al segundo, la niña vió cómo su pequeña mano era estrechada cortésmente por David primero y por Paul después, que además le regaló una de sus increíbles sonrisas que le llenaron el corazón de dicha.

"Mucho gusto, señorita," dijo con un marcado acento inglés, que dejó muy claro que no hablaba español, lo cual explicaba porqué era David el que llevaba la voz cantante.

Cuando Paul le soltó la mano, Sandra se la miró como si la viera por primera vez. Su piel todavía le hormigueaba con aquel contacto tan cálido y amistoso.

"Gracias," susurró, en una voz casi inaudible.

"¿Perdón?" preguntó David, que claramente no le había oído.

El corazón de Sandra se desbordó finalmente, y las lágrimas rodaron por sus mejillas una vez más.

"G-Gracias por venir. Todo el mundo me decía que era tonta por confiar y q-que era idiota por cómo lo hice. Se reían de mí y yo me quería morir, porque sabía que tenían razón. Soy una tonta. Pero me sentía sola y necesitaba escribiros. ¡Os necesitaba tanto!" Hablaba atropelladamente y sin parar. Podía sentir el calor de las miradas de sus compañeros quemándole la espalda como fuego, y se encogió sobre sí misma, acercándose instintivamente a los dos jóvenes. "As-así que, gracias por venir. ¡Muchísimas gracias!" Estalló en sollozos y buscó refugio en la persona más cercana. Escondió su cara en el cuello de David, intentando desaparecer allí de las miradas afiladas de sus compañeros de clase.

David la abrazó con fuerza y se incorporó con la niña en brazos intentando calmar aquel llanto desesperado que partía el corazón.

"Shhhh, tranquila. Todo está bien ya. No llores, pequeña. Shhhhhh. Ahora los tres nos iremos de aquí y pasaremos un maravilloso fin de semana juntos. ¿Qué dices?" Lanzó una rápida mirada a Paul, que asintió inmediatamente con una amplia sonrisa.

"¿De verdad?" preguntó Sandra, levantando la cabecita del hombro de David y mirando alternativamente del uno al otro. "¿Vamos a pasar todo el fin de semana juntos?" Se retiró las lágrimas de la cara torpemente con los puños.

"Todo entero. Prometido," sonrió David.

Incapaz de resistirse a aquellas dos sonrisas tan luminosas, Sandra se la devolvió. Paul levantó la mano y le retiró las lágrimas que le quedaban con el pulgar.

En ese momento, la señorita Tita llamó la atención de David. Quería decirle algo, así que David pasó a Sandra a los brazos de su amigo. La niña se abrazó al cuello de Paul y aferró el cuello de su camisa con sus pequeñas manos. Ansiaba el calor y la seguridad de los brazos de aquellos hombres. Nada malo podía pasarle allí. Pero aún así, no se sentía con fuerzas para mirar los rostros de sus compañeros. No quería ver cómo la miraban. En vez de sentirse más fuerte, sólo deseaba acurrucarse en ellos dos y desaparecer.

David se volvió hacia Paul y le dijo algo en inglés sobre si ‘firmaban’ algo. Paul asintió y David se volvió hacia la niña, hablando esta vez en español.

"Sandra, tu maestra nos ha pedido que firmemos unos autógrafos para tus compañeros. ¿Te importaría esperar un poquito?" preguntó, acariciándole la mejilla con un dedo.

La niña miró a sus héroes y forzó una sonrisa.

"No, no me importa," contestó con voz temblorosa, mirando a su alrededor de una forma muy reveladora.

Los dos entendieron enseguida su temor.

"Todo irá bien. Ahora estás con nosotros y no te va a pasar nada malo," le tranquilizó David.

Sacando fuerzas de su presencia tan imponente y consoladora, Sandra volvió a mirarles y asintió enfáticamente, sintiéndose más segura.

Paul le sonrió con orgullo y le dió un beso en la mejilla, bajándola suavemente hasta depositarla en el suelo. Le pasó la mano por pelo, despeinándola de una forma tan paternal que, asombrosamente, llenó el corazón de la niña con más valor del que creía posible.

Durante los siguientes 15 minutos, David y Paul firmaron docenas de cuadernos escolares, e incluso las fotografías que un par de chavales llevaban en sus carpetas, mientras Sandra los miraba desde atrás, perdida en su propio mundo, que por una vez, estaba en perfecta armonía con el mundo real. Eran tan divertidos y cariñosos que era una delicia contemplarlos. El modo en que se inclinaban el uno hacia el otro e intercambiaban frases cortas y rápidas le hizo pensar que ellos también tenían su propio código, su propio idioma que sólo ellos dos podían entender. De vez en cuando, se daban codazos mutuamente y se reían como un par de críos. La niña podía reconocer a Starsky y a Hutch en ellos, y comprendió que ése era el motivo de la magia de la serie. La realidad entre ellos era igual de hermosa, por eso traspasaba la pantalla.

Casi les envidió por lo que tenían; pero después de hoy, casi podía creer que un día, ella también encontraría a ese amigo especial que llenaría su vida, como Starsky y Hutch llenaban el uno la vida del otro.

Sandra sólo tenía ojos para ellos, y se olvidó completamente de las miradas que sus compañeros de clase pudieran estarle echando. Sonreía de oreja a oreja mirándoles, llenando todos sus sentidos con su presencia, tan cerquita de ella.

Estaba tan absorta observando cada gesto y cada movimiento que hacían, que dió un respingo cuando la cálida voz de David le sacó de su ensimismamiento.

"Recoge tus cosas, pequeña dama," dijo alegremente. "Nos vamos."

Sandra miró a Paul, que le guiñó un ojo pícaramente.

Con un gritito de alegría, la niña corrió a su mesa y recogió su regla, su goma de borrar, su lápiz y todas sus cosas, las guardó en su mochila y la cerró. Después, se quitó el babi y lo colgó de un gancho en la pared, a la vez que cogía su abrigo.

Alguien le dió unos suaves golpecitos en el hombro y la pequeña se volvió. Paul estaba detrás de ella, sonriendo y señalando su abrigo. Como no tenía ni idea de lo que le estaba pidiendo, Sandra se lo dió. Paul lo cogió y lo sostuvo delante de ella.

"Señorita," dijo galantemente.

Sofocándose de nuevo, la niña metió los brazos en las mangas del abrigo, susurrando ‘gracias’ en inglés y extendiendo un brazo hacia su mochila.

David fue más rápido que ella y la cogió primero. Se acuclilló ante ella otra vez, y Paul le imitó.

"¿Lista?" preguntó.

Sandra asintió, mirándoles hipnotizada. Nunca había visto nada tan hermoso. Aquellos dos hombres eran guapísimos, cada uno a su manera. Adoraba sus ojos. Eran de su color favorito. ¡El azul!

David se tocó la mejilla con un dedo, pidiendo un beso descaradamente.

Con una risita, la niña obedeció, besándole dulcemente. Olía muy bien. Cuando se apartó, miró instintivamente hacia Paul, que estaba haciendo pucheros como un perrito perdido, señalándose la mejilla. Con otra risita, Sandra le besó, poniéndose colorada como una cereza. Él también olía bien.

Los dos hombres lanzaron un suspiro simultáneo, que hizo que los tres estallaran en carcajadas.

Cuando las risas pasaron, David y Paul se incorporaron y le tendieron una mano cada uno.

Con el corazón bailándole en el pecho con más felicidad de la que podía contener, Sandra se cogió de ambas manos y les siguió fuera del aula. El fin de semana más feliz en la vida de aquella niñita solitaria estaba a punto de comenzar.

 

FIN.

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